Transformar las calles, transformar conciencias
La vereda, la calle, lugar de paso, de encuentro y desencuentros, es el lugar de interacción, superflua o revolucionaria, pero de tránsito obligado. Y dentro de la calle, encontramos la baldosa, una incrustación en el mosaico geométrico de la acera, que obliga al recuerdo de los que ya no están
Marina Palomar y Ainhoa Maestu
El 24 de Marzo del 1976 se iniciaba la última dictadura cívico-militar en argentina que, con el nombre de «Proceso de Reorganización Nacional» y con el general Videla a la cabeza, se saldó con 30.000 detenidos-desaparecidos y en torno a 400 niños secuestrados-desaparecidos, a manos del terrorismo de Estado.
Pese a la continua lucha, y a la obtención de numerosos logros (ya son 119 nietos recuperados), no se va a encontrar a la mayoría de los desaparecidos. Por ello, resulta aun más importante no olvidar nunca quiénes fueron, dónde vivieron, dónde trabajaron, por qué lucharon ni quién y por qué los hicieron desaparecer.
De ello eran conscientes distintas organizativas militantes por la Memoria y la Justicia de los barrios, que en el 2008 se decidieron a «desandar el camino del olvido»[1] y a hacer «que las veredas por donde transitaron hablen de ellos»[2]. Así se crea el proyecto «Baldosas x la Memoria», en la que es el propio barrio el que toma la iniciativa y se organiza para ejercer como memoria colectiva.
Comenzaron a llenarse las calles de plaquitas con esmalte de colores recordando «aquí vivieron y fueron secuestrados Irene Bellochio y Rolando Pisoni […]», o «aquí vivió Manuel Daniel Carricondo, militante popular detenido-desaparecido […]», o «aquí militaron y fueron secuestrados Juan Arano, Luis Cervera […]», acabando siempre con la frase «por el terrorismo de Estado». ¡Qué importante resulta llamar a las cosas por su nombre!
La idea surge y se debate en común. Las organizaciones pertenecen a los barrios y la investigación de la persona desaparecida es colectiva. Son los propios vecinos y familiares quienes, venciendo viejos temores, son colaboradores y productores de la baldosa, aportando datos de la vida y fragmentos que van reconstruyendo el mosaico borrado y desconfigurado de la vida de los detenidos-desaparecidos.
Tras la investigación, llega la construcción, que se materializa en la creación de la baldosa. La colocación de la baldosa es excusa suficiente para convocar un acto de mayor envergadura en el que se organizan actividades e iniciativas culturales, junto con comidas y talleres. Son las llamadas mingas[3] por la memoria: mingas sin frontera etaria o de género.
La baldosa se coloca en un acto público conmemorativo, con los familiares, compañeros de militancia, vecinos, instituciones del barrio y organismos de derechos humanos. Es uno de los momentos más solemnes y significativos de este proceso, en el que se recuerda a la persona desaparecida y su vida. Finalmente se rompe la vereda, se rompe el silencio, y se procede a colocar la nueva baldosa.
De este modo, se permite hacer uso de lo urbano por parte de los propios vecinos, quienes reivindican el recuerdo y la memoria para crímenes que nunca obtendrán la suficiente justicia.
¿Qué mejor manera de no olvidar nunca el pasado que resignificando el espacio público como espacio de movimiento social, de memoria colectiva? ¿Qué mejor manera de visibilizar al invisibilizado si no encontrándolo cada vez que miras al piso?
La utilización de la «desaparición» como mecanismo psicológico de terror, la falta de un cuerpo que velar y llorar, hace que las baldosas tengan también otra significación, pues se genera un espacio donde recordar y presentar el duelo a las personas desaparecidas.
Como dice Eduardo Tavani[4] : «No será por nuestra indiferencia que esas marcas que testimonian el paso de los compañeros detenidos-desaparecidos por esos lugares donde se ensordeció el mal absoluto, se borren».
La calle no es sólo un espacio de recuerdo, sino también de lucha. Ya que el trabajo no se acaba con poner una placa en el suelo. Es únicamente el signo de un síntoma. Y ese síntoma es la necesidad de condenar, denostar, juzgar los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico-militar argentina. De esta manera, diversas asociaciones se esfuerzan en trabajar por la defensa de los derechos humanos, como las Madres y Abuelas de la plaza de Mayo, que aun bajo las patas de los caballos, no cesaron en su labor de traer de vuelta al que se llevaron. Y a día de hoy no han cesado.
La calle es un espacio para remover conciencias, reivindicar pasados, cerrar correctamente las heridas y tener siempre presente el pasado, sin velar la conciencia del presente y las necesidades del futuro. La calle es espacio de memoria, la calle es espacio de lucha
[1]Baldosas x la memoria I. Barrios x memoria y justicia. 2011.
[2] Placa en recuerdo a los 30.000 detenidos desaparecidos situada en la plaza de Mayo.
[3]Palabra quechua para referirse a los trabajos comunitarios basados en el principio de solidaridad.
[4] Director ejecutivo del Instituto Espacio para la memoria, situado en la Ex Esma, centro clandestino de detenciones y tortura recuperado por el gobierno de Nestro Kirchner en 2004.