¿Por qué no te callas?
Sobre la magnífica y maravillosa historia de un día cualquiera de un piropeador que podrías ser tú
Ceferino Fonseca
Salir de casa. Comprobar que llevas todo lo imprescindible. Cerrar la puerta. Abrocharse el cordón izquierdo antes de salir del portal. Ponerse las gafas de sol y meterte las manos en el bolsillo para caminar con ritmo de suficiencia. Olerte tu propio desodorante y sentirte fuerte. Mirar al tipo que pasa en la moto y que no sea nadie conocido. Pasar por delante de la librería y ver que la librera sigue siendo la misma de siempre y que sigue sin estar buena. Estar contento porque es primavera y hace sol y, joder, qué bonita está Madrid con tantas chicas guapas, así no hay quien se concentre. Pensar que estamos en junio y ya van en short. Darse cuenta de que te estás fijando en las piernas de esa chica que viene hacia ti.
Mirarla fijamente y reducir el paso aunque no la conozcas. Tener una imagen fugaz de ti follando con ella en plena calle. Cambiar el rictus y pensar que puedes hacerlo. Pensar que si ella no quiere es porque es una amargada. Girar el cuerpo para mirar cómo se va y al volver al frente descubrir que cinco personas han hecho lo mismo que tú. Pensar que todos ellos son unos depravados pero que tú admiras la belleza. Repetir el mismo ritual cuatro veces hasta llegar al metro que estaba a tres manzanas de tu casa. Pensar en que este invierno has engordado y hace mucho tiempo que no haces deporte. Pasar los tornos del metro. Pensar en que cualquier día de estos te empezarás a quedar calvo. Pensar en que hay algo que no funciona en tu vida porque se te escapa el tiempo. Darte cuenta de que tu camisa está mal planchada y que hace mucho que no vas a casa de tu madre. Pensar que tu vida no va ni hacia adelante ni hacia atrás y que tu chica, chati, cari, nena, ella, ya no te llena como antes y el sexo cada vez es peor. 
Pensar que no se lo curra y que ya no se pone guapa. Pensar que ojalá fuera esa tía que va delante de ti con un vestido primaveral demasiado corto para no incitar a cualquiera. Pensar que para follar con ella sí, pero para novia no porque se follaría a todos. Darte cuenta de que quieres tocarle el culo y que no hay mucha gente. Ver cómo ella se ha dado cuenta y ha comenzado a andar para alejarse de ti. Decir que ella se lo pierde y mirar para que, con suerte, cuando salga de las escaleras mecánicas, pueda verle el tanga. No ha habido suerte. Otra vez será.
Ir en el metro. Fichar a toda chica que entra o sale para saber si está buena. Mirar fijamente a las que te gustan. Ver que esa de los labios muy pintados se baja en tu misma parada. Intentar que ella dé al botón de abrir la puerta al mismo tiempo que tú para tocarle el brazo. (Maldita vieja que se ha puesto en medio). Andar más despacio para ver cómo se aleja y luego adelantarla para mirarle la cara. Pensar que, joder, menuda tía y que, si ella quisiera, podríamos hacer de todo y que le iba a gustar mucho más que cualquiera de las cosas que cualquiera de los gilipollas con los que se ha acostado hasta ahora le han hecho. Pensar que tú tienes mucho que enseñarle e incluso protegerla de las malas decisiones. Salir del metro.
Encontrar a tus amigos, hablar de las mismas cosas, mirarle las tetas a la camarera del bar. Decir a tus amigas que se están echando a perder de forma metafórica y utilizando bromitas. Hablar con tu colega del bar que se ha puesto de moda donde van universitarias buscando caña. Convenceros de que para aguantar hay que darse un respiro de ellas. Pensar en tus adentros que ellas no lo harían porque si no te van a destrozar la puta vida y serían unas hijas de puta. Haber vevido lla quatro jintonics i penzar en tomar el haire. Salir a fumarte un cigarro y tras cuatro caladas ver a una chavala que viene a por ti. 
Seguro que viene a por ti y no quiere seguir caminando por la calle. Notar cómo tienes más pulsaciones y salivas de más. Pensar que a ésta sí, a ésta le dices algo. Mirar y creer que tiene cara de virginal y asustadiza. Repasar cómo va vestida y que te guste. Pensar algo ingenioso y no encontrarlo. Todo va muy rápido y ya está cerca. No eres un machista pero tienes que decirle algo. Se lo merece, le va a gustar y con suerte hoy te la follas. Ya está cerca y no me sonríe. Vamos, díselo: «Eres tan vulnerable que no sabría si protegerte o violarte». Sorprenderte de lo bien que te ha quedado y que seguro que cae. Que ella te mire con cara de asco y se vaya acelerando el paso. Y que no haya nadie que diga nada. Que todo sea normal. Un día cualquiera.
