Macho alfa homosexual
Marina Solís de Ovando Donoso
En 1998, una entrevista concedida a MTV News removió la sensiblidad y los esquemas de la comunidad del heavy metal mundial a raíz de unas impactantes declaraciones de Rob Halford, el antiguo frontman de la legendaria banda Judas Priest, cantante respetado y reconocido como poco menos que el padrino auténtico del género junto a la banda que lideraba. En esta entrevista, el «Metal God» reconoció públicamente su homosexualidad por primera vez en un medio masivo de comunicación. Hay que admitir que nadie podía quejarse de falta de pistas. Halford no sólo había conquistado los escenarios gracias a los méritos de su voz o su conexión con el público (inigualables sin duda), sino que había desarrollado una imagen inconfundible en su espectáculo, donde no dudaba en vestirse de policía con gafas de aviador y chaqueta abierta incluida, se zambullía en el cuero más ajustado que encontrase y esgrimía espigones, esposas y látigos sobre las tablas. Sin embargo, la noticia dio la vuelta al mundo como una de las verdades más impresionantes de la historia del Metal; es más, a día de hoy, todavía es frecuente observar la estupefacción de un ciudadano medio cuando se le comunica que el hombre más heavy de la Tierra es gay.
¿Por qué era tan importante saber con quién se metía en la cama el Señor del Metal? ¿De dónde surgía tanto escándalo en un lugar que no es ni una iglesia ni una aldea del siglo XV? La respuesta tiene que ver con algo que el grupo Atom & His Package clamó en su canción de homenaje Hats off to Halford poco después de la entrevista: «Cuando piensas en un metalero, ¿qué te viene a la cabeza?». En efecto, aunque las imágenes puedan ser diferentes según qué persona lo piense, es cierto que, al salir del armario, Halford se reconoció como parte de un colectivo cuyo estereotipo no suele contarse entre esas imágenes. Independientemente de que él se ajustase o no al estereotipo, no era esperable dentro de los parámetros del heavy, un reino regido por la idolatría a la brutalidad y el salvajismo, que una de sus referencias no cumpliera con los requisitos elementales del macho alfa heterosexual. Fue un desafío a las normas sociales establecidas por su mundo. Por eso impactó tanto: porque, aunque el Metal no fuera ni una iglesia ni una aldea medieval, tenía su orden y sus límites. Y el autor del himno Breaking the law de repente había sorprendido a sus fieles traspasando uno de esos límites que nadie se plantea siquiera que exista hasta que alguien lo cruza… y provoca, con ello, un extraño escalofrío.
Ese escalofrío por parte del desconcertado respetable revistió de una mayor belleza, de un mayor interés, y por qué no decirlo, también de un mayor heroísmo las palabras de Mr. Halford. Porque violar las reglas no siempre es igual de fácil. Ya no porque los mecanismos de represión estandarizados puedan caer con mayor nivel de violencia sobre unos u otros. Es que hacerlo constituye un reto a todo cuanto tienes a tu alrededor, a tu entorno, incluso a ti mismo, a quien eres, a quien «deberías ser», y siempre es más sencillo quebrantar la ley cuando eres un buen chico. Cuando tu mundo es el de los marginados —en el sentido más vial de la palabra, ya que son los que eligen salirse hacia los márgenes de la carretera— la paradoja se torna difícil cuanto menos: pues allá donde lo normal es quebrar la norma, ¿qué más podrías hacer para ejecutar el desafío? Y ahí es donde se destacan los verdaderos valientes, los que saben que pocas cosas hay más peligrosas que un rebelde que cree que existe un tope para la rebeldía. Los que saben que violar las normas es hermoso de por sí. Que cuando existe un camino trazado y una señal luminosa avisando de que hay que seguirlo, surgen diez mil posibilidades de acción diferentes de la que se te indica: podrías ir por el arcén y no por el camino, podrías encontrar otro lugar para ir en vez de ese, podrías ir un rato por el camino e ir saltando afuera y volviendo a entrar en los límites según te dé el punto, podrías ir mucho más tarde, incluso podrías quedarte parado donde te encuentras y, sencillamente, no ir. La tentación de hacer una cosa distinta es tan jugosa que no se limita a buscar una opción contraria, como si se tratase de un juego de antonimia. Esa tentación de no acatar lo que se te solicita desde fuera despliega un firmamento de opciones novedosas, desconocidas, inquietantes, exquisitas, fabulosas; dispara nuestro superpoder de la curiosidad. Y sí, muchas veces, si se mira con frialdad y calmado raciocinio, no parece tan inteligente evitar por todos los medios ese camino que estaba señalado desde un comienzo. Probablemente sea más cómodo, más rápido, más fácil, ¡por algo te están diciendo que vayas por ahí! Pero el desafío es más fuerte que todas esas deducciones lógicas: no es que te moleste tanto ese camino, lo que te molesta es precisamente que te lo hayan marcado. Decir «no» en una circunstancia en la que, en principio, nadie te ha dado a elegir, es una de las mayores pruebas de pelea por la propia libertad que puede llevar a cabo una persona. Es por eso que, tantas veces, esa tentación de romper las normas se vuelve una necesidad. Porque sabemos que somos, en cierto modo, más libres, mejores cuando ese abanico de ideas y alternativas se abre.
Rob Halford demostró con sus declaraciones a MTV que era un rebelde auténtico, no tanto por el hecho específico y real de que le gustasen los hombres, sino porque desafió los preceptos que latían en las entrañas de un mundo donde él mandaba más que nadie. Al decir de forma explícita lo que muchos podrían haberse imaginado, recordó a toda su congregación aquella necesidad hirviente de encararse con las normas, pisar la línea prohibida y sonreír a quien se queje. Halford dignificó ese «pasarse de la raya» que significaba hacer lo que no siempre gusta incluso a tu propia gente. Se afianzó como ese rey de los rebeldes que llevaba mucho tiempo reinando; no en vano le debemos a él muchas bases estéticas del movimiento (cuero, tachuelas, botas altas, cadenas brillantes colgando de pantalones elásticos ajustados, más cuero, muchísimo cuero). Ratificó que no existe ningún orden imposible de romper, ninguna regla cuyo derecho a existir no pueda ponerse en duda. Que un rebelde siempre ha de tener hambre y sed de rebeldía; ser imprudente, orgulloso, pero sobre todo libre, libre a toda costa.