IGNATIUS FARRAY: «Se puede hacer comedia de cualquier cosa pero no de cualquier manera»

Ignatius Farray

«Se puede hacer comedia de cualquier cosa pero no de cualquier manera»

Luis Mario Lozano y Ainhoa Maestu

Fotografías de Nicolás Palacio Wert


¿Sois una revista de magia? No, pero haremos magia con el audio de esta entrevista.

Quedamos con Ignatius Farray a las seis de la tarde en el bar Picnic, un garito de Malasaña modernillo donde se han grabado alguno de los episodios de El fin de la comedia. El suelo del infierno está empedrado con granito de Madrid y estos primeros días de primavera ya empiezan a recordarnos lo que será el verano en la capital: el puto averno. El paso por la barra es ineludible. Tres birras y un agua con gas para Ignatius y ya estamos listos para empezar la entrevista. La haremos en el lúgubre sótano del local, un espacio que con sus luces rojas de neón consigue crear el ambiente de bar cutre de carretera que tanto nos gusta.


Le preguntamos por su estilo. Creemos que es único en España. No es el típico monologuista que suelta la chapa sobre clichés o temática costumbrista. Aborda temas de actualidad, combinado con humor negro, políticamente incorrecto pero comprometido, en actuaciones muy performativas en la que puede llegar a jugar con la incomodidad del público. Entre sus referentes se encuentran algunos mitos de la stand-up comedy anglosajona como Richard Pryor, Louis C.K. o Lenny Bruce pero también referentes patrios como Faemino y Cansado. A él le hacen gracia todas estas cosas que le señalan los periodistas. Duda mucho de que tenga algo así como un «estilo» pensado y trabajado: «Mi forma de hacer comedia ha ido saliendo sobre la marcha, casi a trompicones. Es cierto que tengo esas referencias, pero nunca he hecho las cosas premeditadamente. De hecho una de las cosas que más vergüenza me daba de las primeras actuaciones que hacía con mis amigos es que al final acababa imitando a Cansado, sus formas y sus gestos. Me preocupaba que me lo dijeran».

Tras unos años viviendo en Inglaterra, llegó a probar suerte en los monólogos de la Paramount y en La hora chanante, donde se metió en el papel de «el loco de las coles». Le preguntamos si la identificación con este personaje le resultó en algún momento cansina, y parece que no: «Para mí fue un orgullo trabajar en La hora chanante con Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla, con los que tuve la suerte de hacer una gran amistad. Ahora hago otras cosas, igual diferentes. La gente me dice que antes lo que hacía no le gustaba y que ahora empiezan a cogerle el gusto».

Igual tiene que ver con los proyectos de éxito en los que se ha embarcado en los últimos años que han disparado su fama. Desde hace tres años participa junto a Quequé y Broncano en el programa radiofónico La vida moderna en la Cadena Ser y acaba de presentar la segunda temporada de El fin de la comedia en Movistar+ (en junio aparecerán las dos temporadas en Comedy Central). En la radio cuenta cosas de su día a día, al igual que en Twitter y en Facebook, donde podemos ver las reflexiones más bizarras publicadas a altas horas de la madrugada. No hay barreras. Parece que su vida misma se ha vuelto objeto cómico. Los límites entre la ficción y la realidad se diluyen y ya no hay apenas diferencias entre el estar arriba y abajo del escenario, entre Ignatius y Juan Ignacio. Esto es algo que sin embargo vive con naturalidad: «Cuando Miguel Esteban y Raúl Navarro me propusieron hacer la serie me parecía una gran idea. Ellos que me conocen saben que hay gran diferencia entre cómo soy subido al escenario y en la vida normal y vieron que de ahí podía salir algo bueno. Las historias que ahí se cuentan no dejan de ser cosas que nos han pasado a los tres de verdad. Claro, cuando las contamos las transformamos, pero la base real está ahí. Muchas de las de esta temporada se basan en historias que he contado por la radio o por internet. Eso contribuye a que la gente ya no sepa qué es real y qué es inventado».

El título le da un toque de profundidad: El fin de la comedia. Nos recuerda a ese «fin del arte» que anunciaba el filósofo posmoderno Arthur Danto en los años ochenta. Entonces la idea era que el arte había llegado a su fin en la medida en que había llegado a su autoconocimiento. Ya no trataba de representar ni el objeto ni los sentimientos del artista, la diferencia entre el objeto artístico y el objeto de la vida cotidiana había desaparecido. Nos parece una feliz coincidencia aunque, como siempre, la realidad es más simple: «El nombre de la serie viene de la canción de R.E.M It’s the end of the world as we know it, que nos gusta mucho, y en la que se mencionan a Lenny Bruce. No sé, nos hizo gracia. Jajaja».

Como con el cerdo, su comedia lo aprovecha todo. Y aquí vuelven a aparecer viejos debates estéticos, donde ya está muy trillada la cuestión sobre si el arte tiene límites o no. A este debate se le llama ahora el de los los límites del humor. Asunto que volvió a brillar hace unas semana con el caso de Cassandra. Acorde a las posiciones de sus amigos de la revista Mongolia entiende que el humor no tiene límites esenciales, aunque sí contextuales: «Se puede hacer comedia de cualquier cosa pero no de cualquier manera. Depende de la situación, del momento. De tal manera que —en función de cómo lleves la broma y en qué momento la hagas— la cosa más simple, si la tratas en un momento inadecuado, puede convertirse en una terrible obscenidad; en cambio un tema complicado, si lo llevas bien, puede acabar siendo gracioso».

En La vida moderna, por ejemplo, destacan por hacer humor de lo más rancio de la cultura española. El plató está lleno de artículos de souvenir de esos que se compran en las gasolineras de las nacionales, de fotos de Bertín Osborne o de vinos con la cara del Caudillo. Han encontrado un tirón en esa España cutre y apolillada, la España tardofranquista del mondadientes y Casa Pepe. Parece que es algo que se les ha ido de las manos, ya han llamado un par de veces a la Fundación Nacional Francisco Franco y han grabado un programa en Valle de los Caídos con tricornios de por medio, por supuesto. Mas en esto, como en su estilo, tampoco hay premeditación: «Son cosas que han ido surgiendo espontáneamente. Cuando gritamos: “¡Fascismo del bueno!”, no hay ninguna intención detrás. Simplemente empezó la coña, vimos que funcionaba y ha ido creciendo. Pero no quiere decir nada». Y aunque parezcan ser los últimos adalides de UPyD, la idea que les mueve detrás es la comédie pour la comédie. La política si funciona para la propia comedia está bien, no hay que buscarle fines más allá de ella misma: «Si tratas de hacer comedia buscando que se vote a tal o cual partido lo que se obtiene es algo de pésima calidad. No funciona».

Aun desechada esa idea de la comedia al servicio de la revolución, no hay que ser cándidos. Es evidente que la comedia, como toda manifestación cultural, tiene resultados políticos. Y esto es algo que reconoce el propio Ignatius, aunque apostilla que sus resultados son impredecibles: «En la comedia tiras mil flechas a todos lados y no sabes adónde van a dar. Mira, por ejemplo, lo que ha pasado con Trump: los periodistas dicen ahora que todo el humor que se hizo en la campaña con él al final le ha beneficiado. Ha logrado transmitir una imagen familiar. Algo parecido pasó con George Bush. Así que, bueno, aunque pueda tener resultados políticos éstos son incontrolables».

Siempre se corre el peligro de que una de esas flechas acabe pinchando a un empresario malvado y caprichoso. Comentando los antecedentes de lo ocurrido con The New York Times, Ignacio Escolar y Bloomberg, le preguntamos si tienen miedo de enfadar un día a Darth Vader… Ignatius le resta importancia: «Siempre puedes tener un jefe al que no le guste lo que haces. Ya me ha pasado en bares en los que el dueño le ha pedido al organizador de los monólogos que por favor me sacase de la programación, que no le interesaba lo que yo hacía en su bar. Es un riesgo que siempre está ahí. Siempre te arriesgas a que a tu jefe no le guste lo que haces, pero eso no debe limitarte a la hora de hacer tu trabajo».

Nos deja algo perplejos esa comparación entre el dueño de un bar y el todopoderoso Cebrián, pero decidimos pasar a preguntarle por la vaina esa de Podemos, el único partido por el cual ha votado según nos cuenta. Desde hace años no ha dejado de hacer pública su simpatía por el partido: «Cuando las elecciones de Madrid, apoyé mucho a Manuela Carmena. Pero mi apoyo puede no beneficiarles. Una vez un amigo de Podemos me dijo: “Oye, Nacho, igual no nos viene bien que nos vayas apoyando públicamente”. Jajajajaaja».

Sin embargo no ha dejado de mojarse. Hace unos meses actuó en La Morada, la «Casa del Pueblo» sociata en versión podemita. «Sí, bueno, he actuado en La Morada. Pero, ¿qué pasa? Es una asociación, ¿no?», Ignatius se empieza a sentir algo incómodo, comienza a sospechar que en el fondo somos esbirros de Eduardo Inda y todo esto va a ir a parar a OKDiario. Tenemos que disimular, así que tiramos con las preguntas cortas:

¿Una persona con la que compartirías un Blablacar Madrid-Valdepeñas?

Fernando Alonso.

¿Un bar de Madrid?

El Beer Station (Cuesta de Santo Domingo, 22).

¿Un artista infravalorado y uno sobrevalorado?

Jajaja, no me quiero meter en líos. Sobrevalorado, Metallica; infravalorado, Arévalo. Joder, ¿te imaginas? Arévalo y Metallica juntos, sería la hostia. Jajajajaja.

¿Un vídeo de Youtube?

El de Si ya saben cómo me pongo pa’ que me invitan.

¿Algo que se está perdiendo y se debería conservar?

Los pañuelos de tela [saca uno arrugado del bolsillo]. Sirven para sonarse los mocos pero, bueno, pueden tener muchas utilidades [mirada al infinito].

¿Kinder Malo o Yung Beef?

BeJo, indudablemente.

¿Más de Faemino o más de Cansado?

Umm. Es difícil. Es que son muy diferentes. Cansado aparece mucho, actúa mucho, y Faemino igual es más reservado. Por eso yo diría Cansado, como maestro; y Faemino, como mito.


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